mércores, 15 de abril de 2015

REUNIÓN DO CLUBE DE LECTURA ADULTOS AGUIAR



Xa temos data para a reunión do Clube de Adultos Aguiar na que tocará diseccionar a novela de Belén Gopegui: o próximo mércores 22 de abril ás sete na Librería Biblos.



Atrás quedan as reflexións ás que nos levou a pracenteira lectura de A esmorga, ilustrada polos comentarios dos lectores vocacionais e impenitentes deste Clube de Adultos. Tamén, complácenos deixar para a vosa lectura, esta entrada do libro de Juan Tallón que coincide na misma liña valorativa da intervención feita por Óscar.

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   Me ocurre lo mismo con Cibrán, Bocas y Milhomes, los protagonistas de A esmorga, de Eduardo Blanco Amor. Pertenecen a esa clase de seres marginales que, cuando crees que morirán aplastados por la historia, un día aparece César Aira y te habla de ellos. Sucedió en Madrid, después de comer en un italiano con el autor argentino. Nos dirigíamos al Reina Sofía, para matar la tarde con un brote de arte contemporáneo, cuando de pronto comenzó a hablar de Blanco Amor, y a declararse admirador de La parranda, la traducción al español que había hecho el propio Blanco Amor de su novela. «Es una obra maestra. Quiero leerla en gallego», añadió, como si dijese «quiero pelear con el campeón de los superwalters».
   Cibrán, Milhomes y Bocas somos cualquiera de nosotros y dos amigos dispuestos a emborracharnos en el siglo XIX. Pobres como ratas, en un lugar poblado por más ratas, vamos en pos de una felicidad algo triste, felicidad para ratas. Cibrán es un obrero urbano, más bien tosco, que mantiene una relación con una prostituta, con la que comparte un hijo. Acusa problemas mentales, que trata con la bebida. «Moitas veces doume ao viño para me librar diso, anque non ande de esmorga. O viño é o único que me ceiba do “pensamento”, que me desamargulla deste deixarme ir afundíndome para dentro, que non pode parar máis que na morte» [»Y las más de las veces que me doy al vino es para librarme de eso, aunque no se crea, pero cada uno sabe lo suyo y Dios lo de todos. El vino es lo único que me aparta del “pensamiento”, lo único que me saca de este ir cayéndome para dentro de mí, que no me puedo parar sino en la muerte»]. En cuanto a Milhomes, también apodado Papaganduxos, Setesaías o Maricallas, en referencia a su homosexualidad, Blanco Amor ahonda con su nombre en la alienación y opresión moral de la época. Bocas, líder del grupo, obsesivo y prófugo de la justicia, cierra el trío de amigos borrachos enfrentados a la muerte.
   A medida que avanza el relato alimentas la sospecha de que la lluvia es el cuarto protagonista. Cada vez llueve más y más. De hecho, cuando a primera hora de la mañana Cibrán sale de casa y se encuentra con sus amigos, de fiesta desde la noche anterior, estos la invocan como razón de peso para disuadir a Cibrán de ir a trabajar y que se sume a su fiesta. «Está a punto de llover y no vas a tener trabajo», vaticina Bocas. La reiteración de la lluvia empieza a calar en el lector, que se sube el cuello de la gabardina. «Al paso al que íbamos subiendo, el agua venía más fiera y dura en las ráfagas del noroeste», «cuando despertaron, a eso de una hora despues, seguía lloviendo con fuerza y el día había oscurecido todavía más», «la lluvia seguía a darla Dios». Existe un momento definitivo, que te reafirma sobre el papel del agua, cuando Cibrán culpa de la tragedia que corona el final de la historia a las fuerzas naturales «¡Ai, señor, iso pareceralle a vostede...! Pero eu dígolle que a chuvia tiña moita da culpa... Se en troques daquel froallo apegadizo que topei ao saír de estar coa Raxada, e daqueta chuvia mesta e sen trégolas que despois se botou sobre do mundo, que era andar por un pesadelo sen poder saír ­de ningures, moitas cousas que socederon non terían socedido, porque eu houbérame ido para o meu traballo sen facer caso de ninguén» [«Ah, eso le parecerá a usté, pero yo tengo que decir que la lluvia tuvo la mitad de la culpa, aunque no se crea, que usté no puede saber lo que aquí nos hace la lluvia, cuando viene así, de aquel orvallo, frío y apegadizo, que me encontré a poco de salir de casa, y de aquella lluvia sin tregua que luego se echó sobre el mundo, que era como andar con la pesadilla sin tener por dónde salir, muchas cosas no hubieran ocurrido, pues yo me hubiera ido al trabajo sin que nadie fuese quién de detenerme»].
   A esmorga plasma una sociología complejísima sobre una trama vulgar, y desde un lenguaje no menos truncado, plagado de errores, castellanismos y vulgarismos, pero que curiosamente convierten esa circunstancia en un logro. Pasa como en la vida, cuando a veces tus errores son tus mejores aciertos y te conducen hasta un paraíso que no estabas buscando. El modo en que el narrador enarbola el lenguaje durante la reconstrucción de los hechos ante un juez posee gran carga simbólica. Sirve para acentuar la opresión en la que vive el infraproletariado ourensano en la segunda mitad del siglo XIX. La narrativa gallega no había abordado este estrato social, desamparado desde una perspectiva crítica, Blanco Amor lo hace incluso cuando los nombra. Personajes protagonistas y secundarios son referidos casi siempre por su apodo, lo que propicia una caracterización cruel y denigrante. Ahí están A Cansentado, A Costilleta, A Cupatrás, A Zorrita, Saltapalletas, María dos Acidentes, O Berzas... «En el plano de la creación literaria yo pensaba que había una posibilidad para el gallego popular truncado: Curros Enríquez, Lamas Carvajal..., que estaba en contra de aquel gallego un poco para señoritos, que era el gallego literario de mi época», explicaba Blanco Amor en los años sesenta.
   En cambio, el origen de la novela había sido más producto de un hallazgo casual que de una búsqueda. En 1973, durante una entrevista con Carlos Casares, Blanco Amor confiesa que, siendo un chico de cinco años, presencia en compañia de su madre, desde un balcón de la Plaza Mayor de Ourense, el Encuentro de la procesión de Viernes Santo, que es un auto sacramental justamente mudo. «Estoy viendo a un cura, al que le pagaban cuatro onzas por predicar toda la semana y que hacía de coro de tragedia griega, estimulando y guiando las imágenes. El aire olía a perrito y se sentía un ruido de zuecos por toda la plaza. De repente, se hizo un claro de riña debajo de nosotros. Mi madre me cogió enseguida y ya no vi más. Al Bocas le habían abierto la barriga, y se fue corriendo, sujetando las tripas que le salían, hasta el hospital de la Plaza de las Mercedes. De aquella navajada salió A esmorga». Blanco Amor sostenía que Ourense era, para él, «la fatalidad que persigue a los héroes hasta acabar con ellos». Vivió allí hasta los 19 años, cuando emigró a Argentina. No regresó sino mucho después, y siempre declaraba que él no le debía nada a Ourense, pero eso no evitó que la ciudad lo marcase. «Me apretaba como un zapato a las japonesas, pero las vivencias de aquellos diecinueve años no me abandonaron».                 


JUAN TALLÓN, Libros peligrosos, Larousse, Barcelona, 2014, pp. 170-173.


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