Atrás quedan as reflexións ás que nos levou a pracenteira lectura de
A esmorga,
ilustrada polos comentarios dos lectores vocacionais e impenitentes
deste Clube de Adultos. Tamén, complácenos deixar para a vosa lectura,
esta entrada do libro de Juan Tallón que coincide na misma liña valorativa da intervención feita por Óscar.
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Me ocurre lo mismo con Cibrán, Bocas y Milhomes, los protagonistas de
A esmorga,
de Eduardo Blanco Amor. Pertenecen a esa clase de seres marginales que,
cuando crees que morirán aplastados por la historia, un día aparece
César Aira y te habla de ellos. Sucedió en Madrid, después de comer en
un italiano con el autor argentino. Nos dirigíamos al Reina Sofía, para
matar la tarde con un brote de arte contemporáneo, cuando de pronto
comenzó a hablar de Blanco Amor, y a declararse admirador de La
parranda, la traducción al español que había hecho el propio Blanco Amor
de su novela. «Es una obra maestra. Quiero leerla en gallego», añadió,
como si dijese «quiero pelear con el campeón de los superwalters».
Cibrán, Milhomes y Bocas somos cualquiera de nosotros y dos amigos
dispuestos a emborracharnos en el siglo XIX. Pobres como ratas, en un
lugar poblado por más ratas, vamos en pos de una felicidad algo triste,
felicidad para ratas. Cibrán es un obrero urbano, más bien tosco, que
mantiene una relación con una prostituta, con la que comparte un hijo.
Acusa problemas mentales, que trata con la bebida. «Moitas veces doume
ao viño para me librar diso, anque non ande de
esmorga.
O viño é o único que me ceiba do “pensamento”, que me desamargulla
deste deixarme ir afundíndome para dentro, que non pode parar máis que
na morte» [»Y las más de las veces que me doy al vino es para librarme
de eso, aunque no se crea, pero cada uno sabe lo suyo y Dios lo de
todos. El vino es lo único que me aparta del “pensamiento”, lo único que
me saca de este ir cayéndome para dentro de mí, que no me puedo parar
sino en la muerte»]. En cuanto a Milhomes, también apodado Papaganduxos,
Setesaías o Maricallas, en referencia a su homosexualidad, Blanco Amor
ahonda con su nombre en la alienación y opresión moral de la época.
Bocas, líder del grupo, obsesivo y prófugo de la justicia, cierra el
trío de amigos borrachos enfrentados a la muerte.
A medida que
avanza el relato alimentas la sospecha de que la lluvia es el cuarto
protagonista. Cada vez llueve más y más. De hecho, cuando a primera hora
de la mañana Cibrán sale de casa y se encuentra con sus amigos, de
fiesta desde la noche anterior, estos la invocan como razón de peso para
disuadir a Cibrán de ir a trabajar y que se sume a su fiesta. «Está a
punto de llover y no vas a tener trabajo», vaticina Bocas. La
reiteración de la lluvia empieza a calar en el lector, que se sube el
cuello de la gabardina. «Al paso al que íbamos subiendo, el agua venía
más fiera y dura en las ráfagas del noroeste», «cuando despertaron, a
eso de una hora despues, seguía lloviendo con fuerza y el día había
oscurecido todavía más», «la lluvia seguía a darla Dios». Existe un
momento definitivo, que te reafirma sobre el papel del agua, cuando
Cibrán culpa de la tragedia que corona el final de la historia a las
fuerzas naturales «¡Ai, señor, iso pareceralle a vostede...! Pero eu
dígolle que a chuvia tiña moita da culpa... Se en troques daquel froallo
apegadizo que topei ao saír de estar coa Raxada, e daqueta chuvia mesta
e sen trégolas que despois se botou sobre do mundo, que era andar por
un pesadelo sen poder saír de ningures, moitas cousas que socederon non
terían socedido, porque eu houbérame ido para o meu traballo sen facer
caso de ninguén» [«Ah, eso le parecerá a usté, pero yo tengo que decir
que la lluvia tuvo la mitad de la culpa, aunque no se crea, que usté no
puede saber lo que aquí nos hace la lluvia, cuando viene así, de aquel
orvallo, frío y apegadizo, que me encontré a poco de salir de casa, y de
aquella lluvia sin tregua que luego se echó sobre el mundo, que era
como andar con la pesadilla sin tener por dónde salir, muchas cosas no
hubieran ocurrido, pues yo me hubiera ido al trabajo sin que nadie fuese
quién de detenerme»].
A
esmorga plasma
una sociología complejísima sobre una trama vulgar, y desde un lenguaje
no menos truncado, plagado de errores, castellanismos y vulgarismos,
pero que curiosamente convierten esa circunstancia en un logro. Pasa
como en la vida, cuando a veces tus errores son tus mejores aciertos y
te conducen hasta un paraíso que no estabas buscando. El modo en que el
narrador enarbola el lenguaje durante la reconstrucción de los hechos
ante un juez posee gran carga simbólica. Sirve para acentuar la opresión
en la que vive el infraproletariado ourensano en la segunda mitad del
siglo XIX. La narrativa gallega no había abordado este estrato social,
desamparado desde una perspectiva crítica, Blanco Amor lo hace incluso
cuando los nombra. Personajes protagonistas y secundarios son referidos
casi siempre por su apodo, lo que propicia una caracterización cruel y
denigrante. Ahí están A Cansentado, A Costilleta, A Cupatrás, A Zorrita,
Saltapalletas, María dos Acidentes, O Berzas... «En el plano de la
creación literaria yo pensaba que había una posibilidad para el gallego
popular truncado: Curros Enríquez, Lamas Carvajal..., que estaba en
contra de aquel gallego un poco para señoritos, que era el gallego
literario de mi época», explicaba Blanco Amor en los años sesenta.
En cambio, el origen de la novela había sido más producto de un
hallazgo casual que de una búsqueda. En 1973, durante una entrevista con
Carlos Casares, Blanco Amor confiesa que, siendo un chico de cinco
años, presencia en compañia de su madre, desde un balcón de la Plaza
Mayor de Ourense, el Encuentro de la procesión de Viernes Santo, que es
un auto sacramental justamente mudo. «Estoy viendo a un cura, al que le
pagaban cuatro onzas por predicar toda la semana y que hacía de coro de
tragedia griega, estimulando y guiando las imágenes. El aire olía a
perrito y se sentía un ruido de zuecos por toda la plaza. De repente, se
hizo un claro de riña debajo de nosotros. Mi madre me cogió enseguida y
ya no vi más. Al Bocas le habían abierto la barriga, y se fue
corriendo, sujetando las tripas que le salían, hasta el hospital de la
Plaza de las Mercedes. De aquella navajada salió A
esmorga».
Blanco Amor sostenía que Ourense era, para él, «la fatalidad que
persigue a los héroes hasta acabar con ellos». Vivió allí hasta los 19
años, cuando emigró a Argentina. No regresó sino mucho después, y
siempre declaraba que él no le debía nada a Ourense, pero eso no evitó
que la ciudad lo marcase. «Me apretaba como un zapato a las japonesas,
pero las vivencias de aquellos diecinueve años no me
abandonaron».